Recuerdos. Congestión de sentimientos. Es la hora de dormir. La ropa está caída sobre el suelo en la más perfecta anarquía. No hay nanas, ni besos de despedida.
Sola. La cama es demasiado grande para ella sola.
Penumbra. Sus pequeños ojos parecen enormes ante la inquisidora luz anaranjada. Mira hacia el techo, pero no lo observa, recuerda. Recuerda cuando de pequeña jugaba a mutilar flores, cantando una cursi canción de amor de aquellas que sonaban en la radio. Ahora ni despedaza flores ni canta canciones. Yace inmóvil en su cama, y en ninguna parte a la vez. Cíclicos, pensamientos cíclicos al igual que aquella canción que le canta su teléfono y que le gritan sus auriculares. Quizá eso sea ella: auriculares y ventriculares. Ya ha hecho de cascos corazón.
01:44 am. Sigue mirando al techo y el reloj sigue diciéndole la hora, sugiriendo que ya es tarde para dormir. Pero ella lo ignora y sigue mirando al techo, respondiendo con su indiferencia que aún es pronto para morir. Todavía le oprime el pecho y hace corta cualquier respiración. Él sigue ahí, fluyendo por sus venas, pero ella sigue allí, regocijándose en el más puro masoquismo mental, escuchando en repeat la misma canción con la piel de gallina para que aún más sentimientos desfilen ante, en y por ella.
Texto: Álvaro Arrans
Imagen: Mateus Lunardi
Sin palabras Álvaro… de todos los textos que has escrito esta especie de «prosa poética» me ha (hasta) sorprendido.
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