
El comienzo fue algo muy rápido, como en un abrir y cerrar de ojos. Serguéi ni siquiera tuvo tiempo de asimilar todo y a todos a los que había perdido. Las agujas del reloj solo habían dado una vuelta completa desde que empezó el tormento. Eran las escasas cuatro de la tarde, y Serguéi estaba tumbado, boca arriba. Le vestía su uniforme militar, verde musgo, y en esa estancia le acompañaban soldados valientes. Vivos y muertos.
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